Entrada dedicada a la esperanza
Uno de los momentos más delicados por los que puede pasar una familia es la ausencia de un ser querido.
En el mundo rural de nuestros padres y abuelos, en los tres primeros cuartos del siglo XX, no existían las comunicaciones que existen hoy en día: teléfono móvil, internet, televisión, etc.
Algunas masadas tenían vecinos cerca, pero otras, para poder hablar con alguna persona que no fuera de la familia, tenían que caminar un buen rato. Dependía mucho de la ubicación de la masada en cada territorio.
Cuando un ser querido salía del mas para cualquier actividad (trabajar la tierra, guardar los animales, ir a comprar al pueblo o a la capital comarcal, ir a los médicos a la ciudad, ir al servicio militar, ir a la guerra, etc.), hasta que no volvía, no había muchas posibilidades de tener noticias de él.
En este contexto, la ansiedad de los familiares, en especial en las largas ausencias y en aquellas salidas en las que la hora de vuelta habitual ya había pasado hace rato, era comprensible.
Solo la fe y la esperanza en el regreso daba paz al corazón de los que deseaban volver a ver a los hijos, al marido, a la mujer, a los abuelos y a los familiares en general.
En el ámbito de la cultura castellano-aragonesa de la contornada de Peñagolosa, tal y como lo habían aprendido de sus mayores, que ya habían pasado por situaciones similares en guerras y acontecimientos anteriores, la fe y la esperanza se reforzaban con una oración para encomendar a una persona: era un rezo destinado a proteger a quien se ama y a dar paz a quienes lo aman.
El momento de la oración era importante.
La persona se retiraba para concentrarse. Se realizaba con respeto, con amor, con un verdadero deseo de bienestar a la persona querida que no estaba en casa. Salía del alma.
Era un momento íntimo. Se necesitaba estar en lo que se deseaba.
Con todo el respeto a todas las personas, compartimos el responso que Aurora Montolío nos enseña en su obra "No hay que llorar" (pág. 80).
Es muy similar al que nosotros aprendimos en nuestra familia y, por eso, nos llegó al corazón leerlo en este maravilloso libro.
Aurora nos enseña el momento de su vida en el que lo aprendió de su madre:
"- Sí hijas, ya está aquí gracias a Dios, pero no obstante quiero que aprendáis a decir el responso, para que cuando seáis mayores y algún ser querido esté ausente o en peligro podáis recitarlo rogando que vuelvan sanos y salvos.
Nos explicó que había que decir el nombre de la persona por la que se iba a hacer el responso y a continuación recitar:
......................................... fuera de casa [es]
los ángeles que le acompañan son treinta y tres,
no será muerto ni preso, ni de los ladrones acomeso,
su carne no será dañada y su sangre no será derramada,
las llaves del glorioso San Juan, que le cubran por delante y por detrás,
las del glorioso San Pedro, por detrás y por delante,
la túnica de Nuestro Señor, que le cubra por todo su alrededor,
el manto de la Virgen María, que le cubra noche y día,
que no tenga más daño ni de noche ni de día
que tuvo nuestro Señor dentro de la Virgen María. Amén."
(nos hemos tomado la licencia de añadir en la primera línea [es] que no figura en el original, pero sí en la oración que nosotros hemos conocido y que facilita la rima)